Texto y fotos: Luca Spinoza
Sumergirse en el territorio de la Chiquitania es siempre un gran privilegio. Poder recorrer sus pueblos teñidos de magia y de tiempo, es una experiencia imborrable que nos alimenta el espíritu y la sensibilidad.
Fuera de ser un deleite y un regalo incomparable para los sentidos, presenciar los sitios memorables donde se desarrolló una de las más trascendentes y sutiles epopeyas humanas del planeta, nos impone la responsabilidad de permanecer muy atentos a todo lo que esa tierra encantada tiene para revelar, mostrar y contar.
Una irrecusable invitación
En la mitad de una semana de intensa turbulencia sociopolítica nacional, mucho trabajo y escasas horas de sueño, recibí como una tabla de salvación la invitación de Rubens Barbery Knaudt del CEPAD (Centro para la Participación y el Desarrollo Sostenible), para integrarme a un grupo de visitantes de diversos municipios del país, que irían a conocer parte de la Chiquitania durante dos días.
Mi entusiasmo fue inmediato, ya que después de haber ido una vez a la localidad de Concepción, me había seducido con la fascinación de su templo, su cultura, su música, su naturaleza y su gente.
Como en esa oportunidad había ido solo, aprovechara intensamente las ventajas de la soledad. Me levantaba de madrugada a mirar estrellas fugaces, charlaba con los fantasmas que dormitaban en los bancos de la plaza, contaba gotas de rocío en las anónimas telarañas de los portales, paladeaba refrescos de mocochinchi y tamarindo hasta la última gota, no perdía de vista la gracia de las mujeres chiquitanas al caminar por las veredas, me entregaba como un niño al vaivén de las hamacas, caminaba sin rumbo por las callejuelas vetustas y tranquilas, admiraba sin prisa los nidos ejemplares del tiluchi, me impregnaba del sabor secular de las paredes del templo y me sorprendía, con la mirada atemporal de los ancianos que cruzaba en la calle.
Pero lo mejor del menú, era paladear el sonido armónico de violines tocados en la clandestinidad sombreada de patios invisibles. Era sólo echarse a andar que las melodías revoloteaban por el espacio, encantando mis oídos con la nostálgica y dulce reminiscencia de tiempos idos.
En aquella ocasión, viajara para hacer un reportaje sobre las famosas orquídeas de la zona comprendiendo de inmediato, que estaba en uno de los rincones más sorprendentes que aún podían hallarse en el mundo.
Un sonámbulo en el “Lobby”
Dos días después, en la mañana tibia y perfumada de un clásico jueves primaveral, luego de un par de horas de sueño que sirvieron sólo para tornarme un zombi ojeroso, llegué como un equipaje extraviado al zaguán siempre agitado del Hotel Los Tajibos.
Deambulé como alma en pena buscando al grupo del que haría parte, hasta que surgió una voz suave, amable, cálida y femenina, que observando mi azoramiento me arrancó del sopor provocado por la falta de sueño y me hizo aterrizar. Era Gabriela Águila Bracamonte una de las coordinadoras del CEPAD, quien con la demoledora lógica y practicidad del género femenino, me hizo embarcar en el moderno y confortable ómnibus que nos aguardaba con los motores encendidos, ya que estábamos en la hora de partir.
Así, de un momento a otro, me encontré dentro de un vehículo lleno de alcaldes de diversas localidades del país, que habían llegado a Santa Cruz para participar de un evento nacional de municipios.
Con las gafas oscuras bien puestas para esconder mis ojos rojos, fui saludando a todo mundo mientras escogía un lugar para sentarme. De inmediato, descubrí que lo que más abundaba dentro del vehículo eran frescas botellas de agua mineral. Me aferré a la mía como un niño a su mamadera y siguiendo un ritual diario, leí las noticias del día en el periódico que había llevado.
Anécdotas, horneados y cuentos
Salimos de la ciudad y en un rato ya nos encontrábamos en la carretera. Tuve la suerte de ir del lado de Miguel Vidal, un economista argentino radicado en Bolivia y que me fue contando infinidad de anécdotas mientras viajábamos.
Entre recuerdos bonaerenses, narraciones de viajes, chistes y una que otra pincelada filosófica, parecía que avanzábamos más rápido que de costumbre. En un rato habíamos llegado a la localidad de Pailón, donde mientras el bus aguardaba su turno en el peaje, bajé para comprar unos cuñapeces calentitos y unas divinas y suculentas naranjas.
Luego de atravesar el híbrido puente metálico sobre el poderoso Río Grande (mitad automotor y mitad ferroviario), las conversaciones entre los compañeros de viaje fueron disminuyendo poco a poco y muchos se sumergieron en un profundo sueño.
Del lado de mi asiento, había un joven que leía con enorme placer una selección de cuentos del escritor inglés Edgar Allan Poe, quien tiene una inmensa capacidad de envolvernos en un melancólico mundo de misterio y fantasía.
Mientras reflexionaba sobre la importancia de este autor para la literatura mundial, el sueño también me atrapó y no supe cómo ni cuándo, mis ojos se cerraron y el cansancio acumulado me hizo caer en una insondable profundidad, de la cual sólo salí cuando llegamos a la localidad de San Javier.
Un templo fascinante
Luego de desperezarme vi por la ventana las características colinas de la región, sembradas de piedras de enorme tamaño. Se notaba que habían caído las primeras lluvias, ya que el paisaje que desfilaba ante mis ojos era profundamente verde.
Un rato después llegamos a Concepción y como de la primera vez, una sensación de estar atravesando las fronteras del tiempo me envolvió en este pueblo tan especial.
Cuando acabamos de saborear el delicioso y abundante almuerzo que nos servimos en el hotel Las Misiones, partimos a visitar el histórico e inmenso templo, que se erige frente a la amplia plaza recientemente remodelada y refaccionada.
La majestuosidad de la construcción y de sus grandes patios interiores, me remitió de inmediato a la gloriosa época de la presencia jesuítica. Sólo quien ha estado en esa monumental iglesia, puede entender lo que se siente frente a los soberbios pilares de cuchi, que sostienen una nave de vigas superlativas con paredes que nos susurran los enigmas del pasado.
Mientras paseábamos por el interior, no dejaba de percibir las emotivas reacciones de algunos alcaldes de remotas y distantes localidades de la región occidental del país, al encontrarse ante el inmenso tesoro arquitectónico e iconográfico que guarda el templo.
Venidos de lugares donde los árboles son muy es casos y cuando los hay, son esmirriados ejemplares adaptados a las estepas altiplánicas, se quedaban impresionados viendo los troncos gigantescos, intentando imaginarse el árbol original en la plenitud salvaje de su libertad.
Uno de ellos se aproximó a un pilar e intentó abrazarlo. Observando la expresión de su rostro, supe que en ese momento estaba sintiendo un cariño muy especial por ese cuchi, que había ofrendado su vida para que la iglesia existiese.
Rumbo a San Ignacio
Luego de deleitar el alma y los sentidos con las sugestiones metafísicas y artísticas del gran templo de Concepción, llegó la hora de continuar nuestro viaje. Dejamos la iglesia con el sol de la tarde todavía alto y viendo las expresiones de los visitantes, comprendí que todos nos marchábamos con una emoción muy especial palpitando en el pecho.
Subimos al ómnibus y mientras nos dirigíamos a San Ignacio de Velasco, nuestro próximo destino, fui conversando con algunos de los compañeros de viaje. De esa forma, pude interiorizarme de cuáles eran los motivos que habían generado el desplazamiento de todos nosotros a la Chiquitania. Era una iniciativa de acercamiento e integración de diversos municipios del país, a través de un interesante y eficaz proyecto del CEPAD.
Dialogando con delegados y autoridades de diferentes regiones nacionales, pude darme cuenta que hacían parte de un moderno proceso, que a años luz de los discursos de confrontación que en esos días eran comunes en el país, iba creando un tejido social sano, productivo e interactivo, que llevaba soluciones inmediatas, palpables y beneficiosas a comunidades normalmente relegadas al olvido. Descubrí que lo que el CEPAD hace, es construir soluciones ingeniosas, armónicas y eficaces, para promover el desarrollo de esa gente. Siempre con una profunda visión de respeto al Medio Ambiente y a las particularidades culturales de cada uno de los implicados.
En esas horas de viaje, comprobé que mientras mucha gente se sumerge en una vida de complejidades teóricas y retóricas, que al final se torna un laberinto del cual no pueden escapar, otras brillan con la simplicidad de las convicciones profundas, sembrando realizaciones concretas y progreso a través de su trayectoria y su destino… Continuará
Na língua espanhola, “chiquito” significa pequenininho e quando os espanhóis chegaram ao oriente boliviano, na região fronteiriça com o Brasil, se defrontaram com choupanas que tinham entradas pequenininhas e baixas para evitar a entrada de animais silvestres. Como os europeus avistaram primeiro as entradas das choupanas e depois aos indígenas, que na verdade não eram nem altos nem baixos, os denominaram de pequenininhos (chiquitos), nome que permaneceu até hoje e originou a palavra Chiquitania para se referir à região.
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